Discos como Justified, Future Sex/Love Sounds o, ya en menor medida, The 20/20 Experience han mostrado a un Justin Timberlake obsesionado con la idea de modernizar y reformular el pop en el marco de su propia reinvención artística. Con la ayuda de productores conectados con el hip hop y el rhythm and blues, el cantante y actor consiguió deshacerse con rapidez del estigma de su pasado como miembro de una boy band para adolescentes y presentarse al mundo como un visionario tan válido para grabar éxitos globales como para innovar y marcar tendencia.
Ha sido capaz de repetirlo con éxito en varias ocasiones, y precisamente porque le avalan tantas credenciales sorprende la cautela con la que Timberlake aborda Man of the Woods. Tanto en el planteamiento, una suerte de fusión entre la producción sofisticada y urbana y las raíces americanas, como en la ejecución, considerablemente más timorata y conservadora que en anteriores entregas, este regreso deja un amargo regusto de decepción entre los que siempre hemos tenido en alta consideración creativa a Timberlake.
Man of the Woods suena acomodado y autocomplaciente, como si ya no fuera necesario replantearse las cosas o romper una vez más con el cliché y el guión establecido. La fidelidad a colaboradores habituales como Timbaland, The Neptunes o Danja, que tanto beneficio reportaron a su propuesta en el pasado, se convierte aquí en un hándicap: poco interesadas en la actualidad y en atacar nuevos desafíos sonoros, sus producciones han perdido frescura y excitación y no se sienten especialmente atraídas por esta hipotética mezcla de country folk y soul funk urbano con la que el vocalista intenta reorientar su sonido.
El gran inconveniente de este punto de partida es que no va a ninguna parte. Más que una fusión fluida y natural, este acercamiento entre mundos opuestos tiene más apariencia de suma de pegotes que de integración creíble y poderosa. Y esto afecta decisivamente a una propuesta musical que se queda en tierra de nadie, demasiado convencida de sí misma y desprovista del punch y la inspiración que se le presuponen a algunos de los ingenieros del pop urbano de las dos últimas décadas. Como ejemplo más sintomático, Say Something, un dueto junto al vocalista de country y rock sureño Chris Stapleton que evidencia la tibieza e intrascendencia de este crossover estilístico.
Tampoco ayuda un Justin Timberlake ensimismado en su propia madurez y su estabilidad sentimental. Cerca de los 40, la estrella ha relajado las pulsaciones de manera evidente. Arropado por su mujer, la actriz Jessica Biel, en algunas canciones del álbum, y por algunas de las letras más endebles de su carrera, el excomponente de *NSYNC retira el pie del acelerador y parece conformarse con esta versión descafeinada y resignada del artista que fue. Y el gran problema de Man of the Woods no es el explícito desequilibrio entre las canciones que funcionan y las que no, sino la sensación de bajonazo que se te queda en el cuerpo cuando el disco llega a su fin.
El País
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