No hubo grandes sorpresas y el jurado de esta edición del Festival de Cannes, magnífica, consiguió encajar un palmarés complicadísimo por la cantidad de películas que arañaban el podio para estar en lo más alto. La Palma de Oro la recibió «La vida de Adèle», de Abdellatif Kechiche, que había conseguido ya un premio nunca visto por aquí: la absoluta unanimidad de todo el festival, que hincó las rodillas ante ella desde el mismo momento de su proyección.
El resto del palmarés se ajustó con bastante precisión a la justicia de la Palma de Oro. El «Grand Prix» («Gran Premio»), el segundo premio en importancia, se lo otorgó el jurado a «Inside Llewyn Davis», el último trabajo de los Coen que, desde ya, se postula a entrar en la estantería de los clásicos.
Se trata de reconstruir no tanto la historia de un perdedor con talento, sino el escenario, el ambiente, el paisaje en el que se desenvuelve la odisea de un hombre incapaz de entender que cualquier esfuerzo conduce necesariamente a la derrota. Y es ahí, en la temperatura emocional, en la música de la película, donde se reconoce con facilidad lo evidente: cualquier historia digna de ser contada es necesariamente una historia sobre cualquiera de nosotros. Profunda, perfecta.
ABC, El Mundo
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