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Ciudadano Zuckerberg

En la primera escena, una pareja de jóvenes habla, discuten entre ellos, y él, con esa expresión de lelo que a veces tienen los genios, maneja un lenguaje desacompasado con su cabeza o con la nuestra: es alguien que sufre por hacerse entender… La primera impresión que deja David Fincher, el director de «La red social», de su personaje, Mark Zuckerberg, se corresponde con la última como las dos tapas de un sándwich. Al comienzo le dice su novia: «Vas por la vida creyendo que no le gustas a las chicas porque eres un cerebrito antisocial, pero no es por eso, es porque eres un gilipollas»… Y al final, le dirá otra chica: «No eres un gilipollas, Mark, aunque haces grandes esfuerzos por parecerlo»… Entre estos dos momentos de pan con una dura corteza está el doble relleno: el potencial creador y el potencial destructor del hombre (un chaval) que se inventó Facebook, que es esa red social con unos quinientos millones de «amigos», cuya peripecia cuenta ahora Fincher (el director del claroscuro, del zen sórdido, del hacha suave, el director de «Seven», «El Club de la lucha» o «Zodiac») con el dedo puesto en el pulso vital y social de alguien incapaz de (re)tener a uno sólo de entre esos quinientos millones.

La estructura narrativa que propone Fincher para contar esta historia, una especie de biopicuntado con curare, es magistral: se enlazan y confluyen dos tiempos, el pasado en proceso de composición (cómo y dónde se urdió Facebook) y el presente en proceso de descomposición, con el alma de Zuckerberg debatiéndose entre las ganancias y las pérdidas… Terrible retrato de un Charles Foster Kane con granos y camiseta cuyos intereses y anhelos son una incógnita, pues no apuntan al dinero o al poder y ni siquiera se presiente en él un «rosebud» que justifique las ansias de situarse en el centro del mundo en un tipo al que no invitaban a las fiestas exclusivas de Harvard.

Y es magistral la estructura narrativa porque no sólo enlaza tiempos, sino también puntos de vista y de moral: la historia, el pasado, nos lo cuentan los ojos que rodearon a Zuckerberg, es decir, aquellos que rellenan las cunetas de su trayecto hasta la cima. No hay promoción ni del personaje ni de su obra, no hay tesis ni antítesis, no se enjuicia ni se sentencia, acaso Fincher les cambia el movimiento y la voracidad a sus piezas de ajedrez y el peón se come al rey, el alfil se mueve como un caballo y hasta se le cuela en el tablero un joker, papel que interpreta el diablillo Justin Timberlake. Por lo demás, el protagonista, Jesse Eisenberg, se parece al personaje real hasta en el apellido.

ABC

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